lunes, 19 de septiembre de 2005

Roberto Romero

La semana pasada hubo una reunión solemne de la que yo llamo Real Sociedad de los Amigos del Micrófono. “Real” pues todos los que la integran fueron en su día reyes del micrófono e hicieron del trabajo radial su forma de vida. Hubo, sin embargo, uno de carácter principal, que no estuvo. Roberto Romero se fue definitivamente unos pocos días antes de esa gala en la que iba a ser, junto a otros, homenajeado por la Sociedad. Gatilló su partida un infarto al miocardio. Había regresado hace un tiempo a “su patria”, Concepción, después de haber pasado una buena cantidad de años en Santiago. Su profunda y bella voz identificó a la Radio Minería, que hace algunos años también salió definitivamente del aire. No fue la primera vez que estuvo en la capital, igualmente trabajó en su juventud en otras estaciones junto a grandes de la locución, entre ellos uno de los mejores, Sergio Silva. Con éste y Enrique González, y si mal no recuerdo también con Darío Aliaga, competían en cual no se “tentaba” de la risa, en la lectura de un boletín de noticias. Buscaban inimaginables maneras para quien leía riera a más no poder, pero nada. Incluso en una oportunidad mientras el noticiario estaba en el aire, los bromistas hicieron ingresar al locutorio a un ciego traído desde la calle, que intentaba desesperadamente ubicarse con su bastón en el estrecho recinto del locutorio de Cooperativa. Así y todo el lector se mantuvo impasible y terminó exitosamente con la entrega de las buenas y malas noticias que están siempre contenidas en un boletín.
Siendo autoreferente conocí la voz de Roberto antes que a él en vivo. Al final de mi adolescencia escuchaba una radio nueva, la Portales, de Talca. Finales de los años 50. Una emisora que presentó una manera nueva de hacer radio. Allí estuvo Romero junto a Erasmo Gatica Aguirre. Esa experiencia, para todos quienes amamos la radio, fue un verdadero paradigma, tradúzcase la palabrita por modelo. Tanto que se trasladó a Santiago, Portales de Santiago, en donde una de sus voces principales, recordarán, fue la de Patricio Varela.
Al Romero real y buena persona lo vine a conocer años más tarde, a mediados de los 70. en la Radio Universidad de Concepción. La radio fue más radio universidad producto de su voz. Daba lecciones con su relato deportivo, con la calidad de sus libretos, con su fantástica lectura de noticias. En los pasillos hacía gala de su buen humor. También demostraba a cada instante lo buena onda, diríase hoy, que era. En la lectura de noticias lo acompañaba Federico Ramirez .
Hoy cuando los locutores consituyen una especie en extinción y cualquiera se instala frente al micrófono a decir, a su vez, cualquier cosa, se nota más la ausencia de una voz como la de Roberto. El lo sabía pero nunca me lo dijo. Creo que le dolía no estar en la radio.
En el camposanto pretendí hablar. Se me adelantó Ismael Muñoz, quien finalizó su discurso fúnebre para Roberto pidiendo un aplauso a los presentes. Hubiese sido un despropósito que yo hubiese hablado.
Les cuento. Sólo quería decirle a Roberto que desde su patria, Concepción, el lugar en que se está bien, partía definitivamente hacia el sitio a que su fé lo había encaminado. Era un hombre de fé. También pretendía indicarle que lo único que todos nosotros, incluídos los de la sociedad del micrófono, podíamos hacer en esa hora postrera, era estar tristes. Y que él, con el tono que lo caracterizaba, tal vez estuviese en ese mismo instante diciéndonos ...”¿pero qué se han creído?...no estén tristes...

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